domingo, febrero 29, 2004

La computadora como contaminante social

Por Angel Maldonado Acevedo

Cuando las auto-impuestas demandas de movilidad y urgencia nos reducen el tiempo de atención que le podemos prestar a casi todo, se acentúa la importancia de las experiencias cuya totalidad podemos abarcar en el minuto que tenemos disponible. Vivimos en un mundo de seguir hacia delante, las experiencias que perdemos ya no son re-cobrables, pero ya vendrán otras de seguro que las sustituirán. De ahí extraordinaria cantidad de ofertas que nos ofrecen los medios y que nos obligan a ir dando saltos de canal en canal de televisión o estaciones radiales. Con la llegada de la Internet esa oferta llega hasta el ahogo. Ya no es posible seguirle el rastro a los temas. No es como una novela que nos entregan capítulo a capítulo. Se trata de que mañana enfrentaremos otras experiencias, tal vez distintas, tal vez matizadas con sorpresas. La rapidez hace que la vida se torne impredecible. La multiplicad de ofertas nos obliga a consumirlas y digerirlas hoy mismo. De sobresalto en sobresalto.
Esa vertiginosidad de la vida nos ha sido empujada por la tecnología. El fenómeno de la rapidez se une a la idea de la sincronicidad y la simultaneidad. La tecnología nos ha permitido asistir al nacimiento de la aldea global, que predijo Marshal Mac Luhan en los años 70. Los hechos (guerras, eventos deportivos, desfiles, catástrofes) ocurren y simultáneamente se convierten en eventos mediáticos que ocupan nuestro tiempo no importa en la parte del mundo en la que estemos. Participamos, a través de los medios en la historicidad de los eventos. Ya no tenemos que esperar como ocurría en el siglo XIX, que llegara un barco tras meses de viaje para traernos una noticia.
Por eso, quien entregue más rápido ejerce dominio. Bill Gates, el presidente y fundador de Microsoft, ha dicho que entre el 50 al 60 por ciento del ingreso bruto de los países industrializados proviene del procesamiento de información que se procesa a través del gigantesco sistema nervioso constituido por la comunicación vía satélites y la transmisión de imágenes y contenidos (la llamada red mundial). La información se procesa, se expide y se consume con asombrosa rapidez. Los mercados, la ley de la oferta y la demanda, están regidos por esa rapidez. No se puede dejar nada para mañana porque será muy tarde. Los seres humanos somos obligados a tomar decisiones rápidas, sin que tengamos mucho tiempo para pensarlo.
El problema es la sobre carga de información. Si en una época teníamos escasez ahora la información para tomar decisiones es abundante. Y ahí, en ese punto, de acuerdo a algunos comentaristas es que radica el problema de la sociedad de la información. Como señala el comentarista David Shenk en su esclarecedor libro Data Smog: surviving the Information Glut, la sobrecarga de información se ha convertido en un problema social, político y emocional. La sobre carga de información se convierte más que en un valor de transacción en un contaminante social. Asistimos a un gran basurero de información que nos cubre y nos trasciende. Los síntomas de la enfermedad que nos produce este basurero comienza a ser estudiado por los profesionales de la conducta. Algunos llegan a comparar los efectos sobre la mente con el consumo de los alimentos basura (yunk food) y su efecto altamente nocivo en la salud de los niños.
Shenk, el autor antes citado, opina que el gran problema es que tratemos de adoptar ese mundo como modelo de educación en nuestras escuelas (como lo predica Bill Gates). Realmente, nos dice, la computadora no es un extraordinario instrumento para un salón de clases. El mal uso de un recurso que no nació para el salón de clases (la computadora) lo que haría es contribuir a la acumulación de datos incoherentes, sin sentido, y convertir el salón de clases en un enorme basurero intelectual. Las escuelas no pueden seguir la rapidez que nos impone la industria de las comunicaciones. Las escuelas son lugares de reflexión crítica, de aprendizajes que marchen de acuerdo a los procesos evolutivos naturales, de valoración y pensamiento. Por eso, ni la computadora más rápida y versátil, ni el acceso más cómodo a la Internet, pueden sustituir un buen libro como instrumento de aprendizaje. La vertiginosidad, la acumulación de datos sin poder analizar y estudiar, aquello que Paulo Freire llamó la educación bancaria, se torna sumamente peligrosa para los estudiante, a menos que queramos crear autómatas y zombies para que sean nuestros líderes en el mañana. Si a las escuelas le metemos basura, sacaremos basura, para usar el predicamento del curso básico de computadoras que nos dice: garbage in, garbage out. Convertir las escuelas en enormes procesadores de basura intelectual sería un daño irremediable para las futuras generaciones.

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Periodista, Escritor y Poeta, Ciudadano Lector