jueves, febrero 09, 2006

VIVIR EN LA SOMBRA

Por Angel Maldonado Acevedo

El territorio de la sombra se ha convertido en el espacio preferido de muchos miembros de en una generación que ha visto apagarse sus sueños y esperanzas en la camarera de un país cuya diaria idolatría de los dioses del materialismo parece desbordar los límites de la conciencia. A veces, tras ese vivir en la sombra, se traslucen la mirada del cinismo y el pensar que se puede hacer muy poco por rescatar las rutas de la sensatez y del buen vivir cotidiano. Otras veces esa sombra es el espacio acomodaticio y privado que nos permite descubrir y atesorar los signos que se transcriben en los espacios de la más íntima cotidianidad. Por unas u otras razones, cada día que se vive a la sombra se convierte en un modo de vida, en una auto cumplida profecía. En algunas circunstancias ese vivir a la sombra se convierte en un territorio de fortunas. Ahí se nutren el periodista farandulero o el cazador de las intimidades que alimentan los programas de televisión, la llamada prensa de la farándula y los interminables talk shows de la radio isleña.

De una forma o de otra, la sombra se convierte en un espacio de lucidez, donde también ocurre la vida. Es el otro lado del que nos habla Milán Kundera en su novela La vida está en otra parte, o esos resquicios que nos revelan novelistas como Saramago o Javier Marías, cuyos personajes encuentran en la inmediatez de lo vivido cotidianamente, las más absurdas realidades o los más inconexos vínculos con la fantasía. La sombra es, para buenos novelistas contemporáneos, el espacio donde se descubren las más profundas dimensiones de la persona humana, sin que pretendamos con esta expresión referirnos al inconsciente, al ánima de las que nos habla Carl Jung. La sombra, podríamos concluir, es el territorio donde ahonda la mejor literatura contemporánea. El situ es ya un ritual que adoptan poetas y jardineros, antropólogos y constructores de urbanizaciones.

La sombra del vivir cotidiano se nutre de la costumbre. “No cambio esta tranquilidad por nada”, he escuchado decir a mucha gente, al alabar ese manto que nos aleja del mundanal ruido. El viejo concepto de la alabanza de aldea recobra una vigencia obligada por las turbulencias del mundo contemporáneo del que muchos quieren huir. Pero hoy existen otros que buscan su sombra en la corriente gigantesca de eventos que generan las grandes ciudades. Muchos encuentran su soledad, su propia sombra, en impenetrable red del pajar social. Allí se establecen como seres anónimos, sirviendo a su propia existencia en los rituales del trabajo y del ocio, de la contemplación y la diversión. Viven hermanados como una gota de agua en el mar. Son dichosos, tanto como aquel que volvió a la sombra de los viejos guayabales campesinos y a la resonancia de los viejos riachuelos. Unos y otros se amparan en su sombra como cobijo primigenio y respiran el mundo hermanados en su propia circunstancia.

Hay, sin embargo, otras sombras, las que son impuestas por las circunstancias. Las que se anuncian en las ausencias, las que se entienden por la omisión y el silencio que se tiende desde afuera, como una costumbre, y se cimienta como tradición. Son las sombras que se arrastran cuando se es participante de una clase social, de unas preferencias sexuales, unas creencias políticas o sociales o de una geografía en particular. Son las sombras que cobijan al otro, al primo que optó por unas preferencias sexuales, al hermano de limitaciones físicas o emocionales, al pariente pobre que vive allá, marginado a la otra orilla de un río eterno que nunca es atravesado por puentes. Estas sombras particulares, que imponen la geografía, tanto social como humana, se nos muestran más demarcadas en nuestro país por la dicotomía del campo y de la loza. La desproporción de recursos materiales invertidos, por ejemplo, entre el campo y la ciudad, ejemplifica como nada, ese mundo ensombrecido de los que vivimos en la isla, ese territorio que termina en las urbanizaciones de Bayamón y Carolina, posiblemente ahora en Caguas. La isla, ese territorio de olvido, ha adoptado la sombra como encierro y frontera. En la isla no pasa nada, y cuando pasa son terribles accidentes de tránsito o, como en el caso de algunos pueblos del interior, horrendos crímenes. Los asesinos monstruosos, los jóvenes enloquecidos en las carreteras, las siembras de marihuana, nos dan una ingrata categoría protagónica que nos dura quince minutos de desdicha y reconocimiento. Por otro lado, las actividades continuas y prolongadas, marcadas por el sacrificio de miles de seres anónimos dejan de existir por la simple omisión de quien las ignora. Dejaron de existir para los que desde las luces de la ciudad, deciden la historia y la vida. Así viven y sobreviven a la sombra los equipos de pequeñas ligas, las asociaciones comunales, los músicos, los artesanos, los poetas, los maestros y muchos que en el silencio de las provincias apagadas engrandecen a la humanidad con sus pequeños pero continuos actos cotidianos.

Los que vivimos en esta provincia de la isla nos hemos acostumbrado a trabajar en la sombra, a consumir nuestro orgullo y nuestros quince minutos de gloria en las claroscuras sinuosidades que produce la existencia sin mayor proyección. Sin pena ni gloria, hemos adoptado como norma la falta de pretensiones y la modestia Hasta el escribir ciertas crónicas como la que ocupan estas líneas se convierte en un ejercicio de una vida a la sombra, el aleteo de un performance que alguno allá en el espacio de las luces mediáticas, mirará de reojo, con premeditado dejo de ironía, y posiblemente con el comentario, pobrecitos esos campesinos que no tienen nada que hacer, ni de qué escribir. Ilustración, El Carretero de Olga Reyes

2 comentarios:

Ceci dijo...

¡Qué lindo y cierto lo que escribiste? Muchas veces me he sentido viviendo en las sombras, cuando niña, cuando era invisible para muchos; cuando grande, cuando he querido serlo, porque creo que ya no importa quién soy.

Cecilia
Mi blog es elblogdelaceci.blogspot.com

Wanda Cortés dijo...

Cierto, Angel. La sombra nutre el alma y fortalece la pasión por lo que hacemos, por la ilusión de vivir en la poesía. Gracias por compartir. Un abrazo.

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Periodista, Escritor y Poeta, Ciudadano Lector